viernes, 8 de enero de 2016

En lo mudable, de Antonio Agredano

Víctor Peña, profesor de lengua y coordinador del programa de Creatividad Literaria, nos trae esta reseña de En lo mudable de Antonio Agredano, publicada por Libros del KO en su colección Hooligans Ilustrados



Libros del K.O. lleva tiempo editando pequeñas joyas en la colección Hooligans ilustrados sobre un tema tan despreciable como interesante: la intelectualización del sentir futbolístico. Y es que si Frank Zappa decía que escribir sobre música sería algo así como bailar sobre arquitectura, imaginen qué habría dicho el gran Luis Aragonés sobre estos libritos... Quizás algo no muy distinto a lo que opina el autor de la obra que procedo a destripar a continuación: “Racionalizar el fútbol es como deconstruir un salmorejo”.

Pues bien, Antonio Agredano ha publicado el mejor libro de la colección, al menos de los (casi todos) leídos por servidor de ustedes, lo que implica un triple mérito: lo ha hecho pese a “competir” con tótems como Martínez de Pisón, Enric González o Manuel Jabois, lo ha hecho con un libro dedicado AL CÓRDOBA, SANTO DIOS, AL CÓRDOBA y, además, lo ha conseguido sin necesitar hablar mucho de fútbol. O quizás gracias precisamente a eso.
Así, si Enric González consiguió brillar, casi a su altura habitual, con un libro sobre el Espanyol y la injusta etiqueta de equipo antinacionalista y de derechas y Jabois consiguió transmitir la insoportable arrogancia madridista (y jaboista) con un estilo irresistible, Agredano va a volcarse en su concepción del amor como “una indomable conversación de silencio”.

Ya desde la arrebatadora dedicatoria (“A las mujeres que me han amado en mayor o en menor medida, durante mucho o poco tiempo, pero siempre de forma inesperada, salvaje y viva”), el exbajista de Deneuve deja claro que se dispone a realizar una crónica sentimental del Córdoba (“quiero que este libro sea un libro de amor anclado al futuro”), en la que, exceptuando el primer capítulo, cada epígrafe llevará el nombre de la novia del momento y servirá de hilo para enhebrar dos excusas (relación amorosa y relación con el equipo) que, a su vez, le servirán para desplegar su lirismo cínico y romántico sobre el fútbol, que es la vida. O no, “pero a veces se solapan”.

El primer capítulo lleva, en cambio, el nombre de “Córdoba” y supone una breve descripción de la ciudad y de algunas de las tristes anécdotas mínimas de un equipo más que humilde, casi miserable. Aun así, se pueden rescatar pasajes como estos:

Ciudades empequeñecidas, acomplejadas, nacidas a la sombra de algo mayor, de un coloso intangible, de una presencia amenazante, de un antagonista inexistente. Con miedo al cambio. Regodeándose en el ahora, o en lo que fue, cuyo único futuro es la repetición de lo que tuvo. Como un chiste sin final contado por un niño.

El segundo capítulo, “Vicky. 1980-1995”, narrará su infancia y bisoña adolescencia, así como su primer amor con una mezcla de sentimentalidad arrebatada y cinismo posmoderno que permanecerá a lo largo de todo el libro:

Éramos muy pequeños y es siniestro ese juego de ser adultos que se necesitan y se aman. Esta historia ya se ha contado muchas veces: los recuerdos infantiles, el estadio, el olor del césped, la evocación de una infancia fútil, escurridiza y leve en la memoria. No iré por ahí. Ser niño no tiene demasiado misterio cuando creces en una casa estable, querido y protegido. La infancia, en ese caso, es solo la preparación del amante futuro (…) Recordamos la infancia como quien cuenta un sueño y se inventa la mayor parte.

La siguiente sección, “Azahara. 1995-1998”, se adentra en el oscuro mundo del fútbol cadete, así como en el no menos turbio terreno de la adolescencia, con el tono confesional del amigo que se sincera entre cervezas y risas:

Echarse una novia en el barrio donde te habías criado era aburrido, casi colegial. Había que salir, ver mundo; tener una novia de otro distrito era algo exótico, como un Erasmus local.

El cuarto apartado, “María. 1998-2002”, en cambio, evita enfangarse demasiado con un terreno enfangado, el relativo a la presidencia del Córdoba de Sandokán, al que despacha con un sutil “un hombre hecho a sí mismo, pero hecho mal, con desgana”. El caso es que este capítulo sirve para presentar la importancia del azar en el amor, en este caso, a un equipo de fútbol y, sobre todo, para dejar otra sentencia inapelable: “Madurar es una leyenda urbana”.

El quinto capítulo, “Carmen. 2002-2010”, es el más extenso y el mejor, que no es poco decir. Contiene una reflexión sobre el fútbol, el arte y la vida tan bien argumentada que casi consigue hacernos mirar con cariño a uno de los seres más pintorescos surgidos del lateral derecho, el ínclito Álvaro Arbeloa:

La entrega es el refugio de los mediocres, pero a mí me basta en el fútbol y en la vida. (…) Ser Arbeloa es lo que yo quiero para mí y los míos. Centrar, centrar con entusiasmo y sin dirección, centrar fogosamente, darlo todo sin hacer nada bien. Ser imprescindible aun siendo prescindible, ser lateral de corto recorrido (…) para mí es suficiente porque el talento aparece pero el esfuerzo se decide.

También realiza un análisis sociológico necesario que, que yo sepa, nadie se había atrevido a verbalizar hasta ahora, 20 años después del suceso: “Nos dolió lo de Tassotti porque querríamos haber sido Tassotti”. Y es que Agredano es sincero hasta límites insospechados, llegando incluso a admitir su condición de aficionado mediocre, cobarde, oportunista: 

No es manera, la mía, de amar a un equipo. No tolero mis colores. Huyo de la tristeza. Como las palabras que no se hablan porque saben que si se cruzan una palabra se harán daño, y se abonan al silencio, vagando por la casa mirándose como dos gatos que no quieren arañarse.

De aquí al final queda un poco más de la mitad del libro. Muchos pensarán que lo he destripado, que para qué van a invertir los 8 euros que vale en un librito SOBRE EL CÓRDOBA, SOBRE EL CÓRDOBA, si ya tienen aquí varias de sus mejores frases. Pues se equivocan: hasta aquí, el libro es más que un librito sobre fútbol bien escrito pero, a partir de este momento, se convierte en una genialidad. En el mejor canto al hombre contemporáneo que he podido leer en los últimos tiempos (al menos, en prosa y en dura pugna con lo que encontramos en los poemas más inspirados de Manuel del Barrio Donaire). Es decir, en un broche perfecto para un libro importante, que nos permite comprobar que la nota biográfica no exageraba: tal vez hayamos perdido a un tronista, pero está claro que hemos ganado a un escritor.

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